El viaje era para mañana y la pájara se quedó dormida.
Hoy es el mañana del ayer.
Alitas, una pájara pintada de rojos y marrones, de ojos pícaros y colita en punta, andaba de vuelos atrasados.
Sus compañeros de viaje, se habían adelantado bastante, dejándola muy atrás, el dilema era que estaba a mitad de camino, no podía volver y estaba muy cansada para seguir viaje.
¡Precisaba un nido urgente!
Tenía un par de huevos en la mochila, debía empollar, quería empollar.
Era lo único que le quedaba de su pareja, que había muerto en la tormenta del Pacífico el viernes pasado.
Futuros herederos del vuelo, del viento y el crepúsculo.
Ella miraba a los lados, para abajo y arriba.
Alitas Monte-Verde era testaruda y hacía las cosas convencida.
No escatimaba esfuerzo para lograr sus objetivos.
Tampoco se dejaba llevar por los miedos que abundaban por esos lares.
De repente, sus ojos brillaron de alegría, en la ladera de una montaña, había un hueco bastante protegido y hacia allá se dirigió volando en picada, allí aterrizó.
Miró aquí y mas allá, recorrió el lugar y le gustó.
El nido hecho de barro, ramas y plumas, estaba muy bien conservado y lo mas importante estaba vacío.
Alitas se quedó toda una temporada en ese nido, sintiéndose protegida y a salvo.
Al cabo de un tiempo, nacieron sus pichones, era una madre feliz y dedicada, crio a sus pequeños hasta que aprendieron a volar y hacerse autosuficiente.
Un día los vio partir, se sintió realizada por haber hecho un buen trabajo y un poco triste por la soledad que se le venía.
Aún así apostó por la vida...