Gustavo es un fotógrafo italiano, dedicado a mostrar la verdades del mundo a esta sociedad consumista e insensible.
Recorre en imágenes, el planeta buscando oportunidades propicias para hacer el trabajo que tanto le gusta.
En uno de esos viajes se encuentra de frente con una escuela en Ucrania, mira por rato el largo pasillo gris del edificio, dispara su cámara y deja plasmado para siempre tan desoladora fotografía de un pueblo invadido.
Pasado unos meses,
Gustavo realiza una exposición de sus fotografías en una galería de artes, en la entrada, en un lugar estratégico la primera muestra, impactante retrato de la guerra que me habla con crudeza del resultado de una onda expansiva, producida por una bomba que ha caído cerca, como si hubieran quemado el lugar por dentro.
Donde reina la humedad y la suciedad; un olor a tragedia, a muerte y abandono.
Sillas de madera rotas diseminadas a lo largo del pasillo, maderas sueltas en el suelo las paredes, el techo sucios por la pólvora y el viento.
Una entrada lateral y una ventana abierta de par en par, por dónde pudieron haber escapado los niños. luego una heladera en pie, quizás con una botella de leche y un pedazo de queso.
Al medio del corredor se ve una gran puerta que divide el sector, hay maderas sueltas por doquier.
Al fondo del corredor una puerta abierta que me llena de interrogantes.
No todo está perdido.
Aún podemos salir de esta pesadilla que nos toca a todos.
Aún podemos vislumbrar una luz al final del túnel.