Amos del chocolate

 

Pasa todas las mañanas, aquel hombre que vende los chocolates más ricos de esta parte del universo.

El elixir puede ser en barras baratas, en tazas de donde sale el aroma de un desayuno cósmico, en crema marrón en las medias lunas con el encanto de una noche especial, en las tortas de cumpleaños de los niños (el cumpleañero no recibirá la paliza por sus caprichos mundanos), 

los bombones, mis favoritos que me llevan a orillas del mar y a tener esa sensación única de estar mirando el infinito, el famoso chocolate afrodisíaco para los amantes y el helado para el infierno, del otro lado del Barrio de las Rosas.

En mis sueños, aparecen los bocaditos de chocolate con pintitas.

Es una cuestión de actitud, me dice el hombre del sombrero gris que vive en la esquina de la galaxia, ahí donde venden el papel celofán para envolver los regalos de fin de ciclo.

¿A dónde van los chocolates a medio comer? - Pregunta un niño a su abuela.

Al bolsillo del abuelo, responde ella, con pícara y dulce complicidad.