La primavera está cruzando la esquina
Hay festejos
Hay alegrías y risas
Corre la cerveza y el pan caliente
Cantan las bandas
Bailan los jóvenes y los viejos
Mientras tanto, yo
tiemblo de solo pensarlo
Estornudos
Rinitis
Picazones
Alergia galopante
Así está la vida
Al reflexionar acerca del mosquito africano, pensé en aquella primavera.
Con el sol que acariciaba la cara de pocos amigos.
Me hacía sonreír y dar gracias al universo por ser y estar.
Siempre me gustó la personalidad que cargo, sea como sea que me ven los otros-otros,
sé como me veo y pienso.
Por ahora...me gusta escribir, leer poesías y escuchar música. (antes también)
Tengo una manera de vestir simple y en lo posible que sea de algodón.
No me gusta hablar o a veces hablo mucho y alocadamente.
Me pongo nerviosa cuando me miran mucho. (no soporto llamar la atención)
Siempre pienso (aunque digan lo contrario)
Me encanta estar convivir con la naturaleza y me disgustan los mosquitos.
Hay mucho de mi que me agrada, sin embargo a los demás no.
Pero...a mi ya no me importa sus opiniones.
Amelia llegó hasta la puerta del hotel.
Un hotel cualquiera.
Estaba nerviosa, la timidez no la ayudaba en ese momento.
Ahora o nunca, se dijo a si misma
Entró presurosa, trataba de mostrar calma, era su primera vez.
Fue en ese momento que lo vio, mirándola, esperándola.
El estaba tranquilo.
Sus ojos la descubrieron y la aceptaron.
Subieron la escalera y entraron a la habitación.
Una habitación despersonalizada y vacía.
Solamente, había una cama con sábanas blancas.
Se sentaron en la cabecera y miraron al frente,
como si les interesara las paredes.
Nada personal.
Sin embargo, todo era personal entre ellos.
Amalia se acostó lentamente, esa fue su manera de decir aquí estoy.
Él comprendió, la acarició intensamente con la mirada.
Luego sus dedos tocaron la piel y esta cobró vida.
Ella sentía.
Ella volaba.
Ella amaba.
Los besos semejaban al fuego imparable.
Los dos se aferraban a ese sentimiento,
a ese acto desesperado que significaba estar vivos.
Palpitante, la sangre les corría por las venas.
Nunca habían vivido tanta locura, tanta pasión.
Era el frenesí de los cuerpos compartidos.
Era el fénix de los corazones latiendo.
Al final se quedaron abrazados e incrédulos se durmieron.
Al final se vistieron sin prisa ,mirándose.
Al final se dijeron, hasta cuando volvamos a coincidir.
Así fue que Amelia aprendió las cosas del amor.
La noche se llevó el secreto.
El día...el olvido.
Quizás no sea la esperada o la soñada
Sin embargo aquí estoy
Y me amas
Y te amo
Intuyo que no hace falta ser una ninfa del bosque,
Intuyo que no hace falta ser de la nobleza
Intuyo que no hace falta ser la famosa mujer ganadora
Solamente...
Que al mirar me veas
Que al cantar me recuerdes
Que al amar...sea yo.
En aquel atardecer,
me preguntaba si existían las rosas con pétalos azules.
La respuesta llegó cuando mi hijo,
me trajo pétalos de rosas variadas
y entre ellas había pétalos de este color en especial.
Yo lo miré interrogante y me contestó...
-Esta es la prueba de que si no existen,
por vos, lo invento.
Una noche, no se si en esta vida o en algunas de las otras.
Descubrí un espejo, dentro de un baúl extraño que me llegó por correo.
Me daba miedo.
Sin embargo la curiosidad carcomía mis entrañas y flagelaba la mente.
El cofre vino con llaves muy raras, hechas de cobre muy antiguo.
En la tapa tenía labrado una lombriz enroscada sobre una luna plateada, con luces y sombras que se proyectaban en círculos de luna y azogue.
Dentro del arcón se hallaba un espejo, de un tamaño que se ajustaba a la persona, cuya imagen se reflejaba en él.
De verdad espantaba al más valiente,
sinceramente yo no era audaz.
El cristal, hecho de láminas de metal muy bien pulido, no solamente proyectaba una figura,
te mostraba una imagen con tus defectos interiores y el futuro de tu persona.
No era maligno, era un reflejo de tu realidad.
Al final ubiqué al espejo en un lugar destinado en la casa y todas las mañanas, cuando brotaban las verrugas azules y ocres, traba de descifrar qué lo producía.
Hacer la pócima que sanaba esa particular herida.
Subía a mi Unicornio Negro y salía de cacería, a buscar nuevas aventuras.
No se si la nostalgia de lo que hubo
o...lo que pudo haber habido.
Me llena de tristeza,
muy honda, cual pozo sin fin.
Quizás los años que me apuran,
los días que corren sin que me de cuenta,
la realidad y la soledad.
Solamente voy caminando lento,
sin detenerme a mirar el cielo.
Tal vez algún día, no tan cercano,
pueda volver a sentir.
Quiero convencerme que mis arrugas son pliegues del tiempo,.
pero me doy cuenta que son las penas, las alegrías, las intensidades,
tanto de tristezas, como de felicidad.
Quiero convencerme que mis arrugas son secuelas de las enfermedades en mi vida,
sin embargo es una precuela de una vida rica en risas, llantos, saltos, recitales y escrituras.
Quiero convencerme que las arrugas es producto de un agujero de gusano que me las trae en las noches de insomnios, realmente vienen de cuando sueños despierta y esta ilusión nunca termina.
Existen arrugas que no se ven, se sienten en cada pedazo de dolor, en cada desilusión, y el desarraigo de la vida.
Un gran pliegue en el existir, entre el vacío que me atrapa de un zarpazo y el parpadeo de una felicidad mezquina que solamente me toca...a veces.
Hendiduras en la piel que socaban la calma, acariciando el rostro en cada espejo donde veo mi reflejo.
Mis pensamientos determinan por el momento que el problema viene de la existencia de los espejos.
Porque en definitiva lo que se arruga es el cuerpo que lo tengo prestado, todo lo demás está nuevo y palpitando la existencia.
