Amelia llegó hasta la puerta del hotel.
Un hotel cualquiera.
Estaba nerviosa, la timidez no la ayudaba en ese momento.
Ahora o nunca, se dijo a si misma
Entró presurosa, trataba de mostrar calma, era su primera vez.
Fue en ese momento que lo vio, mirándola, esperándola.
El estaba tranquilo.
Sus ojos la descubrieron y la aceptaron.
Subieron la escalera y entraron a la habitación.
Una habitación despersonalizada y vacía.
Solamente, había una cama con sábanas blancas.
Se sentaron en la cabecera y miraron al frente,
como si les interesara las paredes.
Nada personal.
Sin embargo, todo era personal entre ellos.
Amalia se acostó lentamente, esa fue su manera de decir aquí estoy.
Él comprendió, la acarició intensamente con la mirada.
Luego sus dedos tocaron la piel y esta cobró vida.
Ella sentía.
Ella volaba.
Ella amaba.
Los besos semejaban al fuego imparable.
Los dos se aferraban a ese sentimiento,
a ese acto desesperado que significaba estar vivos.
Palpitante, la sangre les corría por las venas.
Nunca habían vivido tanta locura, tanta pasión.
Era el frenesí de los cuerpos compartidos.
Era el fénix de los corazones latiendo.
Al final se quedaron abrazados e incrédulos se durmieron.
Al final se vistieron sin prisa ,mirándose.
Al final se dijeron, hasta cuando volvamos a coincidir.
Así fue que Amelia aprendió las cosas del amor.
La noche se llevó el secreto.
El día...el olvido.
